Textos inspirativos

                                  Carta a un futuro Director General


Te acaban de contratar como Director General, y es tu primer cargo en esta responsabilidad. Como tienes la sensata humildad de solicitar consejos, aquí van los míos.

Lo primero, y más urgente, sería no tomar ninguna decisión urgente. Si está la empresa en buena situación, no la vas a mejorar por tomar decisiones prematuras desconociendo el terreno, y si es grave, no la vas a resolver disparando chorros de agua sobre cualquier llama.

Tu primer propósito debería ser conseguir la visión, clara y nítida, de a dónde hay que llevar la empresa dentro de cuatro y dentro de diez años.

Para esto, paséate en ella, observa, habla poco, y procura escuchar mucho. Acompaña a los vendedores en sus visitas a clientes. Es un contrasentido que los altos directivos de una empresa no hayan tratado nunca con los clientes. Es como tener a un jefe de cirugía que no haya visto jamás a un paciente.

Tu segundo propósito será transmitir esta visión al grupo de directivos, asegurándote de que les cubra todo el panorama de su mente como si fuera una pantalla gigante a todo color. Pero cerciórate también de que llene sus corazones porque nada grande se hace sin pasión.

Que tu primer auténtico objetivo sea convertir a los directivos en un verdadero equipo, del que obviamente tendrás que formar parte. No pretendas conducir el coche desde la acera.

Combate a capa y espada toda manifestación de personalismo. Te recomiendo encarecidamente abolir todo sistema de competitividad interna, de ranking y medallismo por resultados individuales. Esto no hace más que fomentar las zancadillas y que una mejora en un punto perjudique a todo el conjunto.

No despida a nadie por incompetencia. En lugar de eso, enséñale y dale la oportunidad de utilizar sus talentos en el sitio de la empresa más idóneo. Pero despide sin el menor atisbo de duda a cualquiera que se niegue a trabajar en equipo y anteponga su poder y la defensa de su territorio personal a los intereses de la organización. ¡Hazlo! Cualquiera que sea su valía personal. El talento de una organización no es la suma de las competencias individuales sino una propiedad emergente que nace de la colaboración. Enseña sin descanso a todos a ver la empresa como un sistema interrelacionado en el que no existe ninguna optimización local, sino exclusivamente contribuciones al óptimo global.




El éxito de una empresa no se debe a la captación y retención de personas excepcionales, es un mito. Se logra cuando personas normales se muestran capaces de colaborar para conseguir resultados excepcionales.

Todos los días, mantén la vista en el horizonte, no en las piedras del camino pues el mayor peligro no es de tropezar con ellas sino de equivocarte de meta y errar el camino. Si te toca cruzar el mar de las sirenas, hazte atar al palo mayor para no correr el riesgo de confundir los arrecifes con la Tierra Prometida. En cuanto a tus colaboradores, procura que tengan la mirada en la pelota en lugar de distraerse con los marcadores.

Si fuera necesario reducir los costes de personal, empieza por tu propio salario, luego convence a tus directivos para que recorten el suyo, como lo hizo Lee Iacocca cuando salvó a Chrysler.

Deja claro a los propietarios que te han contratado que los beneficios no son un objetivo sino la consecuencia de hacer bien las cosas correctas. No aceptes el puesto si se trata de comer todo el pan hoy y crear hambre para mañana.

Elimina, si los hubiera, todos los buzones de sugerencia, pues una organización incapaz de establecer un diálogo directo con su personal jamás será capaz de tomar en cuenta una sugerencia echada a un buzón.

No pongas los procesos por arriba de las personas, tiene que ser el contrario. Como Steve Jobs, no contrates a gente inteligente para decirles cómo tienen que hacer las cosas, sino para que te digan ellos como lo tienes que hacer. Quema el manual de descripción de tareas y puestos de trabajo que es tan útil para alcanzar las metas como un libro de Arguiñano para solucionar el hambre en África. En su lugar, que cada equipo de trabajo tenga redactada una clara declaración de misión y se preocupen de cómo lo van a conseguir juntos.

Al que insista para medir el ROI de cada acción dedicada al personal, pídele que calcule el ROI de jugar al parchís con sus hijos, de invitar a su pareja a un paseo romántico, de dedicar todo un fin de semana a sus envejecidos padres. Sólo entonces harás caso a sus solicitudes de medir el tamaño del arco iris.

Enseña a tus directivos a no confundir dar vueltas sobre uno mismo con avanzar, a no dejar que un árbol les tape el bosque, ni les dejes imaginar que los ojos, los oídos, las manos y los pies son cuerpos autónomos y rivales. Muéstrales también con el ejemplo que la exigencia – como dicen de la caridad – empieza por uno mismo.

Por fin, cuando estés seguro de que tus directivos tienen la Visión, que forman un equipo y que han asimilado todos los fundamentos, recuerda que el granjero que está permanentemente incordiando a sus gallinas recoge pocos huevos, así que déjales trabajar en paz en el día a día y que ellos hagan lo mismo con sus colaboradores. Conviértete entonces en el activo defensor de los sueños, de las metas y de los valores.
Michel Henric-Coll


                               Vampiros emocionales en la oficina



Irascibles, agoreros, cínicos o quejicas. En el ecosistema laboral hay muchas y distintas especies profesionales, pero los vampiros emocionales están entre las más tóxicas. Un buen líder debe saber identificarlos y gestionarlos para que no afecten al resto del equipo.

La fuerza del vampiro reside en que nadie cree en él”. Esta frase, conocida por la película Drácula (1931), se puede aplicar sin reparos en el contexto profesional. Y es que no es tarea fácil descubrir a los llamados vampiros emocionales: personas que absorben la energía de los demás. Reconocerlos y reorientarlos para evitar que obstaculicen el buen ritmo de un equipo de trabajo es también una obligación de los buenos jefes. Juan Carlos Cubeiro, presidente de Eurotalent, afirma que “los auténticos líderes han de ser como Van Helsing, cazadores de vampiros emocionales”.

Según Javier Tovar, consultor talent management de BPI Group, “aunque todas las personas influimos en las emociones de quienes nos rodean por mero contacto y cercanía, lo que diferencia a los vampiros emocionales del resto es su carácter manipulador y su facilidad para influir en los demás sin apenas notarse”. Esa naturaleza sibilina y los diferentes tipos de chupasangre energéticos que se pueden encontrar en el trabajo son los principales motivos por los que se complica su identificación por parte de los responsables de un equipo.

Identificación
Álvaro Arias, socio director de Neumann International, advierte que “estos seres manipuladores producen en el resto de compañeros un estado de alerta, de inseguridad que puede destruir el trabajo colectivo”. La observación, por tanto, es esencial en esta tarea. Un buen jefe debe analizar los diferentes perfiles que engloban la plantilla para distinguir entre ellos a estos chupasangre.

Un buen líder debe observar a su equipo para identificar a aquellos que pueden manipular al grupo

Carlos Viladrich, director de recursos humanos de Adecco, asegura que “gestionar a estas personas es muy difícil porque su toxicidad no siempre es evidente y en las organizaciones se contagia, especialmente si la fuente tóxica es algún líder de opinión o una persona con capacidad de influencia. Por ello, es muy importante que antes de lanzar iniciativas se analicen las posiciones que ocupan estos vampiros”.





Una vez descubiertos, un buen líder debe “ayudarles y reconducir sus emociones”, explica Tovar quien añade que “después es importante ejercer un liderazgo emocional sólido y seguro para que el equipo tome conciencia de la situación. Para lograr este cometido, es importante poner sobre la mesa ejemplos concretos de situaciones que sirvan para poder analizarse. De este modo, donde unos empleados verán siempre problemas y obstáculos, otros verán oportunidades”. Mostrar empatía, irradiar optimismo inteligente, generar visiones compartidas, reforzar valores positivos y constructivos o generar oportunidades para experimentar el humor y placer en el trabajo, son algunos de los recursos que dispone el jefe para mantener el equilibrio del equipo. Arias, sin embargo, no opina lo mismo. El socio director de Neumann International cree que “lo mejor es sacar a este tipo de empleado del equipo para mantener en orden al grupo. Si lo metes en otro lado, lo único que haces es trasladar el problema, demostrando un mal ejercicio de liderazgo. Si no le puedes echar, no lo promociones o dirígelo hacia un objetivo que no requiera un trabajo en equipo”.

Los compañeros son los principales afectados por estos chupasangre. Sobre todo, “las personas con poca seguridad en sí mismas que pueden dejarse llevar por comentarios”, asegura Cubeiro. Por eso mismo, aquellos que trabajen codo con codo con un vampiro emocional “deben poner límites”, advierte Pilar Jericó, socia directora de Be Up, quien añade que “no deben intentar cambiar su estado de ánimo ni mucho menos seguirles la corriente”. Viladrich aconseja “no darles crédito a cualquier precio ni intentar buscar razones que avalen su posición”. Y Marta Lucía, responsable regional del este de recursos humanos de Randstad, apunta que es importante “no entrar en guerra con ellos”.

Consecuencias en el trabajo
El malestar que producen estos vampiros al resto de compañeros se traduce, irremediablemente, en la productividad de un equipo. Tovar reconoce que “este tipo de trabajador crea mal ambiente, a través de su uso habitual de los rumores, observaciones y quejas sobre terceros; dañan la innovación y la gestión del cambio, generando pasividad, falta de creatividad y aversión al riesgo; pueden influir negativamente sobre la organización al provocar sentimientos de culpa en los compañeros e, incluso, pueden conseguir que los demás asuman responsabilidades que les pertenecen, quedándose ellos al margen” y, en definitiva, tal y como apunta Jericó, “producen desánimo, falta de iniciativa y de optimismo”, lo que repercute en los resultados de la empresa.

Nosotros decidimos, al fin y al cabo, qué actitud queremos tener en nuestro puesto de trabajo y con quien nos queremos codear. Por ello, tal y como recuerda Tovar, “antes que concentrarnos sólo en los defectos y debilidades de los demás, tratemos de concentrarnos en identificar que buenas cualidades tienen”. No debemos convertirnos en el elemento nocivo de un equipo ni podemos dejar que nos manipulen.

Identifica a un ladrón de energía
1. Los visibles son más vehementes e identificables porque mantienen una actitud pesimista con cualquier reto y son tercos en sus quejas.
2. Los ocultos parecen personas agradables y satisfechas, pero en el fondo pueden ser incluso más tóxicos, ya que trabajan en la sombra, generando un ambiente emocional nocivo.
3. Los esclavistas son los que se alimentan de energía física a través de reuniones interminables o jornadas maratonianas.
4. Los distractores son los que descentran a los demás de sus prioridades.
5. Los agoreros se alimentan de la energía emocional a través de quejas, lamentos y negatividades.
6. Los cínicos se mantienen con la energía espiritual ajena porque no practican lo que predican.
Fuente: BPI Group y Eurotalent